“Lo que siempre funciono para mí, cada vez que me estaba tensionando mucho para jugar bien, era simplemente recordarme a mi mismo que lo peor, lo peor que podía pasarme, era perder un mísero partido de tenis, ¡Eso es todo!” (Rod Laver).
Así es. A veces el deportista está tan enfocado al resultado, le da tanto miedo perder, fallar, que se olvida de dirigir su mente hacia lo que es realmente importante, se olvida de pensar que es lo que tiene que hacer para rendir al máximo de sus posibilidades.
Porque si lo analizamos desde la perspectiva correcta, que es lo peor que nos puede pasar, perder un partido, un campeonato, una carrera…la vida de los deportistas de alto rendimiento suele ser larga y en ella no es tan importante un resultado, es el conjunto de un camino.
Recuerdo un campeonato del Mundo en Canadá, venia de recuperarme de mi primera operación del hombro y me sentía como nunca. Empecé el campeonato con un combate ante una azerbaiyana quien me dio un golpe en un ojo que durante toda la competición no podía ver, en segunda ronda me enfrenté a Li (CHN), mi bestia negra en ne waza, yo siempre conseguía marcarle de pie y a veces ella acababa ganándome en suelo, esta vez pasó eso. Pero repesqué, no recuerdo nunca una repesca tan dura, gané combates ante dos de mis rivales más fuertes, la cubana Savon y la rusa kusinova, entre otras, ya en el combate del bronce me esperaba, a priori una deportista que nunca me había dado demasiados problemas y a la que siempre le había ganado yo con relativa superioridad. Ese día el combate empezó con un ippon mío de te guruma, según los árbitros fuera, no puntuó, ella iba muy a la defensiva y aunque toda la iniciativa del combate y todos los ataques fueron de mi parte, nos acercábamos a los últimos 40 segundos de combate con el marcador a cero, si no marcábamos nos esperaba la palabra con mayor incertidumbre de aquella época, el termino hantei. Si, ¡no hagáis cuentas!, hace mucho de esto y no había GS. En esos 40 segundos aún no se porque deje de atacar como lo había estado haciendo todo el combate, ella me hizo dos o tres ataques repetidamente de harai que se acaba tirando ella y ni me movía, ni me ponía en peligro, pero yo estaba reaccionando como nunca lo hacía, quedándome parada y casi enfadada por sus falsos ataques. El tiempo terminó. El arbitro central va a por las banderillas, da una a cada esquina. Sólo los de esa época sabemos los segundos de tensión que se pasaba esperando una decisión, para los jóvenes esto es casi ciencia ficción.
El central levanta para mi favor, el esquina que tenía yo enfrente para la italiana, y antes de que me diera tiempo a girar la cabeza para ver la decisión del otro esquina vi a mi rival levantar lo brazos ganadora. ¡No daba crédito! ¡No me lo podía creer! Había hecho lo mas difícil del campeonato (¿en que momento pensé que había hecho lo más difícil del campeonato?), había llevado toda la iniciativa del combate de la medalla de bronce y en 40 segundos había perdido la medalla.
Imaginaros, la rabia, la tristeza, la impotencia del momento…me sentía morir. Sólo repetía ¡no puede ser!, ¡no puede ser! Pues sí, era. Es lo que pasó. Durante 40 segundos tomé la decisión equivocada, y perdí. Perdí esa medalla en un campeonato del mundo, una que nunca volvió, que nunca conseguí.
Josean Arruza, mi preparado físico y psicológico, me dijo: Ahora una vez que ya sabemos el resultado y que éste ya no lo podemos cambiar, sólo nos queda analizar y aprender para que no nos vuelva a pasar.
Y así fue, con todo el dolor, la rabia, la tristeza, volví a casa sabiendo que ese no sería más que uno de los tantos campeonatos que haría durante mi carrera deportiva con un resultado adverso y poco esperado. Un campeonato importante, sí, pero sólo eso, un campeonato. Y justo ese pensamiento, entre otras cosas, es lo que hizo ganar otros muchos, porque el dolor de perder esa medalla a lo que realmente me llevo es a trabajar para no volver a cometer ese error de los últimos 40 segundos en donde lo que pasó es que me vi y sentí ganadora antes de que pasara, que mis emociones no fueron las acertadas, me enfadaba por sus falsos ataques en vez de aprovecharlos para mi beneficio.
Cosas de la vida y del deporte, al siguiente campeonato de Europa el azar quiso que hiciéramos el primer combate juntas y os aseguro que ese y todos los que siguieron el resultado fue muy muy distinto. Canadá me sirvió para aprender, para ser mejor. Canadá dolió, pero quizás ese dolor me acercó y me llevó hacía esa medalla Olímpica.
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