Cada uno de nosotros nacemos con unas habilidades, con unas extraordinarias capacidades de imaginación e intuición. Soñamos y nos creemos capaces de conseguir cualquier cosa. Seremos Bomberos, Astronautas, Doctores, Campeones Olímpicos. ¿Por qué no? Sin embargo, al crecer nos vamos olvidando para ser iguales que los demás, o para satisfacer a nuestro entorno, para ser quien esperan que seamos.

Seguro que a todos se nos ocurren un montón de historias conocidas en las cuáles los padres o el entrenador quiere y sueña con ser más campeón que el propio deportista. O, por el contrario, deportistas que han sido alejados de pelear por sus sueños en pro de un futuro “más estable, más seguro, más…”

Una de las cosas que más condiciona al ser humano en su forma de actuar es el entorno. Ken Robinson nos habla en su libro “Encuentra tu elemento” que uno de los problemas de los sistemas educativos es que no se basa en los tres principios fundamentales: tu vida es única, tú moldeas tu vida y tu vida es orgánica. Al contrario. La mayoría de los sistemas educativos inhiben la creatividad, y se organizan sobre el falso principio de que la vida es lineal e inorgánica.

Quizás no somos del todo conscientes, pero la labor de los formadores, profesores, entrenadores y por supuesto de los padres debería ser enseñar a cada individuo a encontrar su elemento, a saber, quién quiere ser y a esforzarse por conseguirlo.

Creemos un entorno que lleve a nuestros jóvenes a descubrir cuáles son sus habilidades, a descubrir esa fuerza motriz que hay dentro de cada ser humano que, una vez liberada puede hacer realidad cualquier sueño.

En definitiva, no se trata de decidir por ellos, se trata de enseñarles que nada de esto tendría sentido sin una cultura del esfuerzo. Aceptar que las cosas cuestan es un elemento indispensable de la buena formación.